Cada día te cruzas conmigo y no me ves. Y me acaricia lo invisible.
Mi ciudad habita una suerte de decadencia afectiva que nos hace extraños. Estamos solos. Ya no creo en mí, pero me quiero más que antes. No recuerdo lo que es amar.
Te miro y no me ves.
A veces pienso que este cielo gris de la ciudad es el color que tienen nuestros corazones. Una permanente melancolía que perturba. Las noches se llenan de felicidad efímera que se desvanece al cabo de las horas y vuelve de nuevo a empezar el ciclo. Los días pesan.
Hoy te he visto a lo lejos, caminabas deprisa. Como siempre.
Vivo la ensoñación del devenir de los días, esperándote. ¿Sabes que aún estoy aquí? Hay ruido en mi cabeza. Y está tu voz. Diciendome hola con una sonrisa. Aún hay luz en mi sueño.
Me miras. ¿Me ves?
Provengo de un tiempo en el que los hombres amaban, pero no eran felices. Mi ciudad tiene memoria. No ama porque no olvida pensarás. Pero no. No ama porque ha olvidado amar. Porque en el dolor se instaló esa amnesia emocional que te hace frío. Y la ciudad se olvidó. Volver a ser niños.
Y reir contigo cada día. Sin más.
He venido a buscarte.
Esta noche hace frío. El otoño ha entrado con fuerza en la ciudad, las luces del cielo y su nueva inclinación han cambiado el paisaje. Invitan a la reflexión. Miro por la ventana. Al fondo estás tú. Quédate.
No hay billetes para este tren.
¿Eres tú?
Tantas veces lo he preguntado, tantos rostros perdidos en el tiempo. Y ahora tú. Tu ausencia ha hecho que me de cuenta, no lo sabía. Y te quiero. Y no se donde estás. Y pienso, me sumerjo en ese letargo de los momentos compartidos.
Mi ciudad contigo no es gris.
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