lunes, 22 de octubre de 2007

Cuentos del mono: "El vagón" de Iusse Cors. III parte




El Sr. Mateo se presentó y nos hizo un trato, él venía todos los sábados a buscar un poco de carbón de los restos de las máquinas del tren que luego vendía para ganarse unos duros. Era un señor bastante mayor y le costaba colarse por debajo de las máquinas, así que desde ese día, nosotros cada sábado le preparábamos el saco y él nos daba unas perras de propina que luego gastábamos en cacahuetes, naturalmente lo hacíamos a escondidas de nuestros padres, pero allí era posible tener un secreto.

Por fin llegó el día en que mi padre cumplió su promesa, nos llevó a la playa a ver el mar, aún siento el recuerdo de la brisa con su olor característico rozándome la cara, la inmensidad azul de aquel agua que nos mojó la ropa a todos en una ola sorpresa que se acercó a saludarnos ¡Dios! Aquel día descubrí lo grande que era el mundo, infinito en sus formas, aquel horizonte que tenía ante mi, aquella maravilla libre y salvaje moviéndose suavemente ¡Si! Aquel día supe que el mundo tenía muchos colores y matices, y lloré de alegría.

Así fueron pasando los meses, padre no había encontrado una casa porque nadie quería alquilar un piso a una familia con tantos hijos, así que seguíamos viviendo en el vagón que cada vez estaba más bonito, seguíamos con nuestras clases y también con nuestros juegos, parecía que el tiempo se había detenido en la estación.

Un día, al salir a la calle el aire azotó mi rostro, pinchándome, era el levante, la brisa que transportaba las diminutas partículas de arena de la playa, aquel viento se colaba por todas partes y mamá se desesperaba porque también dentro de nuestro vagón. Fue aquella noche, cuando padre volvió azorado y con la mirada triste que supimos que estaba enfermo, padre padecía de los bronquios desde que era niño y la humedad que había en Cádiz había agravado su enfermedad.

Estuvo enfermo muchos días, tumbado en el colchón mientras mamá le cuidaba y en aquellos días nos enteramos de que teníamos un pariente lejano que vivía en la ciudad. Mamá corrió a verle y hablaron de nosotros, de como vivíamos en el vagón, también hablaron de la enfermedad de padre, así que el primo se comprometió a ayudarnos a encontrar casa, aquella noticia nos destrozó a mis hermanos y a mi, no queríamos irnos, éramos felices.

Papá se recuperó de la enfermedad, unas semanas más tarde ya teníamos nueva casa en las afueras de Cádiz. Volvimos a preparar las maletas para marchar, nos despedimos de nuestros vecinos y yo corrí por última vez por aquel campo maravilloso, salté por última vez el muro y jugué por última vez con el columpio de rueda de vagón que habíamos hecho ¡Sí! Esta vez me despedí de mi casa, porque aquí había sido feliz.

Cogí un trozo de carbón y en una de sus paredes escribí, me llamo "María MG" y yo he vivido aquí, 1955.

Nunca volví a ver mi querido vagón y después de tantos años, ya no sé si lo reconocería, pero cada vez que veo un tren de mercancías pasar, mi memoria vuelve a traerme el olor del Cádiz de aquellos días, del muro que separaba dos mundos y modos de vida. Mientras sigo mirando el tren sigo buscando aquel vagón y aquella niña que allí vivió.

viernes, 19 de octubre de 2007

Cuentos del mono: "El vagón" de Iusse Cors. II Parte

Vais a tener que disculpar mis ausencias. Estoy de mudanza. Durante unos días estaré como el Guadiana.

Besos. Os pongo la continuación del cuento.



Al día siguiente padre estuvo toda la mañana en la ciudad buscando casa mientras mamá seguía desempacando cosas. Mis hermanos y yo salimos a jugar por el campo y preparamos unos ramos de flores frescas para llevarlas a casa, habíamos asumido que aquel vagón iba a ser nuestra casa,. Después de todo no estaba tan mal, teníamos un campo enorme para jugar, nuevos amigos y un montón de rincones y artilugios ferroviarios para inspeccionar.

Decidimos hacer un columpio con ruedas de vagón, travesaños de madera y trozos de cuerdas, así que nos pusimos manos a la obra. Pedro y Julio ayudaban a Juan a mover la rueda del vagón, había que trasladarla. Elisa y yo ayudábamos en lo que podíamos, y así se nos fueron las horas de aquel día, planeando y preparando nuevos inventos.
Y llegó el primer día que íbamos a nuestro nuevo colegio. Nos habíamos puesto de limpio y ya estábamos preparados para salir, pero antes nos advirtió que no dijéramos a nadie que vivíamos en un vagón.

Mientras íbamos por los andenes en dirección a la salida de la estación, me di cuenta que no sabíamos como era la ciudad, no habíamos salido del recinto de la estación desde que llegamos y lo más curioso es que no me importaba, empezaba a disfrutar de aquel entorno de libertad que teníamos en la estación.

Y así, el primer día de clase fue como todos los primeros días de clase, pero aquí todos hablaban con un acento diferente que me hacía mucha gracia. En Cáceres donde nosotros habíamos vivido casi siempre, la gente no era tan dicharachera, íbamos al parque con mamá y luego ya no salíamos de casa, aquí parecía que todo iba a cambiar, había más luz y padre nos prometió que nos llevaría a ver el mar ¡Sí! El mar era algo inmenso que no conocíamos y que muchas veces había imaginado.

Cuando acababan las clases por la tarde corríamos otra vez a nuestro escondite a seguir preparando nuestro parque, que día a día íbamos construyendo, ya teníamos columpios y ahora los chicos estaban empeñados en construirse un coche.

A veces saltábamos el muro que rodeaba la estación para ir a comprar cacahuetes, haciendo esto nos ahorrábamos recorrer toda la estación para salir a la ciudad y a medida que pasaban las semanas aquel muro enorme iba marcando mi pauta de comportamiento. Tras el estaba la ciudad, las buenas formas, mis vestidos de señorita, mientras, aquí dentro estaba la libertad, el descubrimiento, los juegos interminables, y yo siempre tiznada de negro. Mamá nos reñía pero no nos importaba, éramos felices. Un día amanecimos todos, hasta mi padre con las narices negras, el humo del quinqué se nos había pegado a lo largo de la noche en la nariz y mamá tuvo que frotarnos a fondo.

Fue esa misma mañana, cuando todos salíamos a jugar que vimos por primera vez al Sr. Mateo, la primera impresión fue terrible, vimos un hombre debajo de un vagón hurgando entre el carbón, no sabíamos que hacía y pensamos que lo mejor era espiarle, después de mucho rato, salió de allí abajo todo despeinado y tiznado hasta los pelos con un saco lleno de carbón y nos vio, el susto fue mayúsculo.

... Continuará.

martes, 16 de octubre de 2007

Cuentos del mono: "El vagón" de Iusse Cors



Aquella tarde la estación era gris, en el banco que había cerca de nosotros dormía un soldado desmadejado como una muñeca de trapo, a padre le dio lástima despertarle, así que nos sentamos encima de las maletas y trastos que llevábamos.

Hacía dos meses que mi padre había ascendido y junto con el puesto llegó la noticia del traslado, él era ferroviario, como su padre. No era la primera vez que nos mudábamos, pero habían pasado muchos años y yo era demasiado pequeña para recordar nada. Mis hermanos y yo estábamos nerviosos por el nuevo colegio, la nueva casa, teníamos que volver a hacer amigos y el curso hacía más de dos meses que había comenzado.

Después de no sé cuanto tiempo llegó nuestro tren y todos nos apresuramos a subir nuestras cosas, el jefe de estación se acercó a padre y vi por la ventanilla como se despedían con un abrazo, en aquel momento sonó el pito que avisaba de la inminente partida y sentí que algo se iba de nuestra vida para siempre.

Me gustaba viajar en tren, el traqueteo de los vagones y el ruido me abstraían de lo cotidiano, las ventanillas iban cerradas, aún estábamos en otoño y el frío de fuera iba empañando poco a poco los cristales.

Yo me entretenía jugando a quitar el vaho de los vidrios y a observar el paisaje distorsionado por la humedad. A padre le gustaba acercarse a sus compañeros y charlar, aunque de vez en cuando venía a ver como nos estábamos portando, mamá hacía ganchillo, absorta en los dibujos extraños y abstractos que continuamente inventaba.

Aún hoy a través de los años la recuerdo haciendo tapetes y colchas con la devoción de quien va hilando despacio el ovillo de una vida. Ella siempre tenía una sonrisa en su cara, era menuda, no llegaba al metro y medio, y tenía el cabello muy negro y rizado, rasgo que mi hermano Pedro y yo habíamos heredado, mis otros hermanos, Julio y Elisa, eran más claritos de tez y cabello, igual que padre, él era rubio y tenía unos ojos increíblemente azules, pero ninguno de sus cuatro hijos heredamos este rasgo de él. Era un hombre alto para su generación y eso hacía que fuera un hombre llamativo.

Pasaron las horas y a mediodía mamá nos dio los bocadillos que había preparado para el viaje, aún faltaba un rato para llegar a Cádiz, nuestro destino y a medida que nos acercábamos nos íbamos poniendo más nerviosos aunque todos intentábamos disimular un poco.
Oímos el aviso de entrada a la estación y nos levantamos para empezar a recoger nuestras cosas. Por fin llegamos al que sería nuestro alojamiento provisional.

Un vagón de mercancías ¡Qué sorpresa! A mis hermanos les encantó, esto era una aventura y empezaron a contar historias de vaqueros y trenes que leían con el abuelo, lector empedernido de las novelas del oeste y aventuras que estaban de moda entonces, pero Elisa y yo nos llevamos una decepción, habíamos soñado con una casa en una ciudad nueva y aquello.... Intentamos que nadie se diera cuenta, aquel día me tragué las lágrimas, al fin y al cabo no conocíamos a nadie allí y padre no había tenido tiempo de encontrar una casa.

Estábamos deshaciendo los paquetes que llevábamos cuando nos dimos cuenta de que teníamos vecinos, justo en el vagón de al lado vivía una familia que tenía tres hijos varones de más o menos nuestra edad que acudieron a ayudarnos.

No sé cuantas horas pasamos preparando y limpiando nuestro vagón, pero sin darnos cuenta empezó a caer la noche y para entonces ya habíamos dispuesto los colchones, la mesa, las sillas, y el vagón empezó a llenarse de una suave sensación de calor debida al carbón que quemaba mi padre en la carbonera. Aquella lumbre iluminaba nuestros rostros y hacía brillar nuestros ojos que empezaban a estar somnolientos por el cansancio, no sé como, pero mis padres habían conseguido como siempre, obrar el milagro de que todo a pesar de todo, fuera fácil y alegre, teníamos una casa y la cena que estaba preparando mamá fuera olía de maravilla.

... Continuará.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Cuando vuelvas...


El ginkgo (árbol de los 40 escudos) es único en el mundo. Se le conoce como el portador de la esperanza, cuentan que en Hiroshima se refugió un hombre en su sombra. Y los dos sobrevivieron a la bomba atómica.
Si te interesa: http://es.wikipedia.org/wiki/Ginkgo_biloba

TANKA por YOSANO AKIKO

Traducción del japonés:
En vestiduras de oro
Ellos parecen pajarillos
Danzando en el cielo
Las hojas del árbol del Ginkgo
Flotando bajo el último sol.

Hace más de 1.400 años que nacieron los tanka. Su origen se cree que fue para transmitir mensajes secretos entre amantes. Estos breves poemas estaban encriptados para que nadie pudiera descubrir su secreto.


TANKAS DE JORGE LUIS BORGES:

La ajena copa,
La espada que fue espada
En otra mano,
La luna de la calle,
¿Dime, acaso no bastan?


Alto en la cumbre
Todo el jardín es luna,
Luna de oro.
Más precioso es el roce
De tu boca en la sombra.

La voz del ave
Que en la penumbra esconde
Ha enmudecido.
Andas por tu jardín.
Algo, lo sé, te falta.

Cosas de la composición: En algún punto del tercer verso, va a existir una imagen que relaciona o liga los dos primeros versos con los dos últimos.

Jugando con los versos de Borges:
En otra mano,
luna de oro
ha enmudecido.


Siempre te descubro en la ausencia...

sábado, 6 de octubre de 2007

Cuando apago la luz


Siempre tuve miedo a la oscuridad, de pequeña en mi dormitorio aparecían sombras que se movían alrededor de mi cama, como si quisieran engullirme en otro mundo. Me acostumbré desde entonces a dormir siempre con una luz cerca. Han pasado los años y aún necesito de ella.

Mi primera hora de sueño es alumbrada por una lámpara de sal, de esas que dicen que limpian las energías. Después me duermo y al rato me despierto y apago la luz. Y sigo durmiendo.

Ya no soy sonámbula. Pero lo fuí durante los 10 primeros años de mi vida. Supongo que nunca llegué a despertar del todo. Aún hoy a veces hablo dormida.

¿Qué es estar despierto?
¿De verdad crees que estar despierto es levantarte por la mañana y como un autómata ir a trabajar un día tras otro porque sí? ¿Vivir el día en la insatisfacción personal? A eso yo lo llamo estar sonámbulo, narcotizado de sistema.

Pasamos la mitad de nuestra vida en el otro lado, en el sueño. Allí el espacio y el tiempo no existen, todo ocurre en una malla del subconsciente, en un plano intangible, no por ello no existente.

A veces pienso que las horas que dormimos sirven a propósitos más allá del descanso para el cuerpo. Sirven a nuestra mente. Un estadio intermedio, un entrenador invisible para cuando llegue la hora del sueño eterno.

Quien sabe...

Cuando apago la luz aquí, la enciendo en otro mundo, en ese lugar donde no importa de donde vienes.

(Foto) Dani

martes, 2 de octubre de 2007

La generación que grita...




Entre el ruido de los muchos que somos, ahí están, mirándonos ya de frente...

Esperando respuestas que nadie podrá darles. Respuestas que solo el tiempo acerca. Entrando en el sistema con sus títulos completados para que se inserten a cambio de un miserable sueldo que cuestiona tantos años de esfuerzo entre libros.

Ellos deberán enfrentar un planeta horadado desde sus entrañas hasta su cúpula protectora. Ellos y solo ellos empezarán a ver el fracaso humano en toda su extensión. Ya no me basta escuchar a las generaciones que me precedieron decir "la história siempre se repite". ¡Qué error repetir errores! ¡Un millón de años y no hemos aprendido nada!

Oigo vuestro grito, sordo y diluido entre el ruido de esta civilización que padece de una gula incontenida de despropósitos. Ayer la tele ofrecía un debate sobre la aplicación de la normativa de medio ambiente en el Estado. Es vergonzoso seguir debatiendo, es tiempo de actuar. El planeta necesita a full a toda la humanidad los próximos 20 años.

(foto) Irina

lunes, 1 de octubre de 2007

Cuando los ángeles caen uno tras otro...

Caen y el cielo se desploma sobre todos nosotros. Cada día miles de ángeles caminan vagando solos entre las multitudes del progreso.
Bueno progreso, en realidad solo el 20% de la humanidad vive en el llamado progreso, el resto pues yo creo que no sabemos ni donde están. Demasiada complejidad. Impactos de información en masa matando cada día nuestra inocencia, y la alegría interior desvaneciéndose lentamente y buscando refugio. A veces en pseudoamores, a veces en drogas, otras quien sabe en qué.

Los hay que directamente matan su ángel interior. Los hay que prefieren matar el ángel interior del otro. Los hay que ni siquiera saben que es ser. Los hay que aún no han nacido. Haberlos haylos... He visto morir ángeles, en los ojos de todos aquellos que mueren con cada ilusión que muere. En las lágrimas de la impotencia. En el frio de los sin-corazón.

Y en cada muerte de uno de ellos sabes que tú mueres también, porque es naturaleza común. Y nos da igual. Nos perdemos entre el orden y el caos, la luz y la oscuridad. ¿Y lo humano?
Lo humano sumergido en una mediocridad que nos lleva hacia el fracaso. Pero nos da igual. Aún pensamos que es más barato pagar la multa que arreglar las cosas.


P.D Dedicado al OKI (foto) por sus años de amistad y de conciencia social. Un beso