martes, 16 de octubre de 2007

Cuentos del mono: "El vagón" de Iusse Cors



Aquella tarde la estación era gris, en el banco que había cerca de nosotros dormía un soldado desmadejado como una muñeca de trapo, a padre le dio lástima despertarle, así que nos sentamos encima de las maletas y trastos que llevábamos.

Hacía dos meses que mi padre había ascendido y junto con el puesto llegó la noticia del traslado, él era ferroviario, como su padre. No era la primera vez que nos mudábamos, pero habían pasado muchos años y yo era demasiado pequeña para recordar nada. Mis hermanos y yo estábamos nerviosos por el nuevo colegio, la nueva casa, teníamos que volver a hacer amigos y el curso hacía más de dos meses que había comenzado.

Después de no sé cuanto tiempo llegó nuestro tren y todos nos apresuramos a subir nuestras cosas, el jefe de estación se acercó a padre y vi por la ventanilla como se despedían con un abrazo, en aquel momento sonó el pito que avisaba de la inminente partida y sentí que algo se iba de nuestra vida para siempre.

Me gustaba viajar en tren, el traqueteo de los vagones y el ruido me abstraían de lo cotidiano, las ventanillas iban cerradas, aún estábamos en otoño y el frío de fuera iba empañando poco a poco los cristales.

Yo me entretenía jugando a quitar el vaho de los vidrios y a observar el paisaje distorsionado por la humedad. A padre le gustaba acercarse a sus compañeros y charlar, aunque de vez en cuando venía a ver como nos estábamos portando, mamá hacía ganchillo, absorta en los dibujos extraños y abstractos que continuamente inventaba.

Aún hoy a través de los años la recuerdo haciendo tapetes y colchas con la devoción de quien va hilando despacio el ovillo de una vida. Ella siempre tenía una sonrisa en su cara, era menuda, no llegaba al metro y medio, y tenía el cabello muy negro y rizado, rasgo que mi hermano Pedro y yo habíamos heredado, mis otros hermanos, Julio y Elisa, eran más claritos de tez y cabello, igual que padre, él era rubio y tenía unos ojos increíblemente azules, pero ninguno de sus cuatro hijos heredamos este rasgo de él. Era un hombre alto para su generación y eso hacía que fuera un hombre llamativo.

Pasaron las horas y a mediodía mamá nos dio los bocadillos que había preparado para el viaje, aún faltaba un rato para llegar a Cádiz, nuestro destino y a medida que nos acercábamos nos íbamos poniendo más nerviosos aunque todos intentábamos disimular un poco.
Oímos el aviso de entrada a la estación y nos levantamos para empezar a recoger nuestras cosas. Por fin llegamos al que sería nuestro alojamiento provisional.

Un vagón de mercancías ¡Qué sorpresa! A mis hermanos les encantó, esto era una aventura y empezaron a contar historias de vaqueros y trenes que leían con el abuelo, lector empedernido de las novelas del oeste y aventuras que estaban de moda entonces, pero Elisa y yo nos llevamos una decepción, habíamos soñado con una casa en una ciudad nueva y aquello.... Intentamos que nadie se diera cuenta, aquel día me tragué las lágrimas, al fin y al cabo no conocíamos a nadie allí y padre no había tenido tiempo de encontrar una casa.

Estábamos deshaciendo los paquetes que llevábamos cuando nos dimos cuenta de que teníamos vecinos, justo en el vagón de al lado vivía una familia que tenía tres hijos varones de más o menos nuestra edad que acudieron a ayudarnos.

No sé cuantas horas pasamos preparando y limpiando nuestro vagón, pero sin darnos cuenta empezó a caer la noche y para entonces ya habíamos dispuesto los colchones, la mesa, las sillas, y el vagón empezó a llenarse de una suave sensación de calor debida al carbón que quemaba mi padre en la carbonera. Aquella lumbre iluminaba nuestros rostros y hacía brillar nuestros ojos que empezaban a estar somnolientos por el cansancio, no sé como, pero mis padres habían conseguido como siempre, obrar el milagro de que todo a pesar de todo, fuera fácil y alegre, teníamos una casa y la cena que estaba preparando mamá fuera olía de maravilla.

... Continuará.

12 comentarios:

Recomenzar dijo...

Me ha encantado tu blog.hermosamente hermoso
Alguien en mi blog ha preguntado algo para tí...si quieres y tienes tiempo puedes explicarlo
besos y por supuesto te sigo desde hoy , te sigo

Anónimo dijo...

Hola Susana, buen comienzo, pero no olvides, a quien no te olvida, es una máxima que hace grandiosos a los seres humanos, buen comienzo, pero no olvides que las mas grandes obras, siempre se han escrito, liberados de la propia identidad, no ignoro que en todo cuanto se escribe, siempre lleva inclusa una ración de nosotros mismos, ¿será por eso, que Edgard de Veré, Christopher Marlowe, y Francis Bacon, son los verdaderos autores de las obras del hombre de Stratford, y el, no hubiera escrito ninguna?, buen comienzo, pero no olvides, que la vida tiene más sentido en soledad, que arrastrados por las aguas sucias de una riada de seres sin rumbo, y marcados por las tendencias del snobismo, pues ya nada es nuevo, ni más liberal, ni más chachi-piruli, ¿recuerdas? es decir, si, siiii, buen comienzo, pero no alteres el espíritu de tu cuento, por, y para nadie, buen comienzo, pero no olvides.......

Pablo A. Fernández Magdaleno dijo...

La inquietud del viaje. El Premio Planeta de este año parece que es precisamente el viaje autobiográfico de Juan José Millás de Valencia a Madrid.
Saludos

David dijo...

Hola,soy Elmer,me recuerda?Aparte de no poder acabar mi parte del vídeo de músico,decir que me ha encantado el relato.No puedes verme pero estoy de rodillas...Santa Susanna.
Agarrese que ya acabé de redactar la segunda parte de "nueva espiritualidad".

Elmer.

Carlos Alberto dijo...

Susana: La primera parte de este cuento (la angustia de la niña por el traslado, el nuevo colegio, la nueva casa, la necesidad de conocer nuevos amigos, ese sentimiento de que en su vida algo se ha ido para siempre) me ha hecho revivir las mismas tristezas, los mismos temores, la misma soledad infinita (llena de voces del pasado) contenida en los solitarios, vastos y ventosos paisajes de «Cien años de soledad». ¿Eres tú la autora?

La pintura que acompaña al relato, los colores de cielo, los pequeños pájaros volando en la superficie del lago, el tren eternizado para siempre en su urgente avanzar bajo los cielos, ha sido una excelente elección para acompañar los silenciosos pesares de este relato. ¿Quién es el artista?

Carlos Alberto dijo...

Susana: He descubierto que has puesto mi blog entre los recomendados. ¡Muchas gracias! Pero vas a tener que quitarlo. Mi blog está vacío, he quitado todo lo que había en su interior. Desde que lo tengo, éste es el segundo mes, he dicho y hecho un montón de tonterías por aquí y por allá. He escrito cosas, en distintos blogs poco visitados, como si nadie más que el dueño del blog fuera a leerlas... Así que he decido retirarme. Tal vez regrese más adelante. ¡Saludos!

Carlos Alberto dijo...

Susana: No entiendo qué es Iusse Cors. (Por eso es que te preguntaba si tú eras la autora del cuento.) ¿Porqué dice «El vagón», y agrega: de Iusse Cors. He buscado en Internet Iusse Cors, pero sólo encontré esto: La Biblia Esquizoide. Autora: Iusse Cors (sin ninguna explicación.) ¿Qué significa? No lo entiendo. Arriesgándome a que tú y los visitantes de este blog se rían de mi ignorancia, voy a preguntar: ¿Qué o quién es Iusse Cors? ¡Saludos!

Fibonacci States dijo...

Hola C.A.A no te preocupes tanto por mis post en el blog cielo. Simplemente disfrútalo. Un beso. Voy a poner un poco más de ese cuento.

Carlos Alberto dijo...

Susana: Insisto: ¿Quién es la autora de «El vagón»?

Carlos Alberto dijo...

Susana: Porque voy poner mis comentarios en este espacio (junto con la pintura y tus datos) en mi blog. No quiero seguir equivocándome. Ya me he equivocado demasiado. ¡Saludos!

Carlos Alberto dijo...

Susana: ¿Cómo voy a saber quién es la autora del cuento, si no me lo dices? ¡Saludos!

Fibonacci States dijo...

Carlos los textos están todos registrados en las instituciones españolas pertinentes. Un beso.